El comercio romano fue el motor que condujo a
la economía de finales de la República y principios del Imperio.
Modas y tendencias de la historiografía y cultura popular han
tendido a no ocuparse de la base económica del imperio en favor de lingua
franca que fue el latín y las hazañas de las legiones.
Tanto la lengua como las legiones fueron apoyadas por el comercio, siendo al
mismo tiempo parte de su espina dorsal. Los romanos eran hombres de negocios y
la longevidad de su imperio se debió a su comercio.
Aunque en teoría los miembros del Senado y sus
familias tenían prohibido dedicarse al comercio, los miembros de la orden
ecuestre sí lo ejercierón, a pesar de sus aristocráticos valores que
hacían énfasis en pasatiempos militares y actividades recreativos. Los plebeyos y
libres tenían tiendas o atendían puestos en los mercados mientras grandes
cantidades de esclavos hacían casi todo el trabajo duro. Los propios
esclavos eran además objeto de transacciones comerciales, y dada su alta
proporción en la sociedad (comparada con la Grecia Antigua) y la realidad
de las fugas, las guerras serviles y las sublevaciones menores,
dieron un toque distintivo al comercio romano.
La intrincada, compleja y extensa contabilidad del
comercio romano fue efectuada con la ayuda de tableros contables y ábacos
romanos. Éstos, que usaban números romanos, estaban especialmente ideados
para las cuentas en monedas y unidades romanas.