La
práctica de la caza era libre entre los romanos, hasta el punto que,
prácticamente, todos los habitantes de la gran ciudad eran cazadores, empezando
por los fundadores de Roma: Rómulo y Remo. El poeta Virgilio en sus escritos,
cantó los méritos cinegéticos de sus héroes Emilio, Panopo y Evandro. Pero, en
tiempos de la República y ante los nuevos conceptos de existencia, los romanos
empezaron a considerar esta actividad, antaño relacionada con las necesidades
alimenticias, como indigna de los hombres libres. Por consiguiente, la caza se
confió, en esta época, a los esclavos, que cuidaban de abastecer a sus señores
de piezas de toda clase. Para ilustrar esta transformación, citaremos el
término empleado por Salustio, historiador del siglo I antes de Cristo, que
calificó la caza de “trabajo servil”, en el capítulo IV de su Catilina.
En los albores de la época imperial, un nuevo giro volvió a
modificar los conceptos, y sólo los hombres libres estaban autorizados para
cazar, mientras que los esclavos se veían privados de este derecho. A
partir de entonces, la caza se convirtió en un privilegio. Sin embargo, los
burgueses, que gustaban de los tordos y de las codornices, no podían cazar
estos pajarillos sin la ayuda de los esclavos, pues para ello tenían que
emplear redes. El fastidioso manejo de estos artilugios pesados y engorrosos
fue confiado a estos trabajadores. De las especializaciones derivadas de las
distintas operaciones de la caza nació una nuevo terminología, que dio a estos
auxiliares el nombre genérico de Familia, mientras que los mozos que cuidaban
de los perros eran llamados Vestigatores; los encargados de las redes y
las trampas, Indicatores, y los batidores que empujaban la caza y
remataban las víctimas, Pressores.
A la caza, tan apreciada por los romanos, vino a sumarse la
pasión por los juegos circenses. Séneca sostiene que presenciar el
enfrentamiento de un joven atleta con un animal feroz constituye un bello
espectáculo. Esta afición a los combates entre fieras y esclavos trajo
desastrosas consecuencias para el equilibrio de la fauna africana. “En tiempos
de los romanos, Africa debía de poseer una prodigiosa cantidad de leones,
puesto que aquellos conquistadores del mundo los hacían traer a centenares de
aquella provincia, para las luchas del circo. Cuando el tirano Sila no era más
que pretor, mandó traer de Africa cien leones machos, que aparecieron
simultáneamente en el circo de Roma, luchando los unos contra los otros.
Pompeyo hizo una exhibición de seiscientos, de los cuales trescientos quince
eran machos, y lo propio hizo César con cuatrocientos. Esta profusión se
mantuvo hasta el reinado de Marco Aurelio; entonces, los leones se hicieron más
raros y, aunque en tiempos del emperador Probo, en la segunda mitad del siglo
III, se ofreció al pueblo un espectáculo en el que combatieron cien leones y
cien leonas, con otros muchos animales, la especie del león empezó a menguar de
tal manera, a causa de esta rápida destrucción, que se prohibió su caza a los
particulares, por miedo de que el circo se viese privado de ellos.”
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